El fotógrafo Bob Gruen —el mismo que había firmado la foto-póster de John Lennon con la camiseta de New York City dos tallas más pequeña de lo que demandaba el buen gusto— ha contado una historia digna de lo que se "espera" de Sid.
Noche en un bar de carretera de las malas tierras del Midwest. Año 1978.
El autobús de los Sex Pistols, que están de gira por los EEUU, se detiene para que los músicos coman algo. Sid Vicious pide un bistec y un par de huevos fritos.
Un cliente redneck —gorra de marca de tractores, camisa vaquera— se acerca:
— Eres Vicious, ¿verdad? Vas de duro, veamos si eres capaz de hacer esto, dice antes de apagar contra la palma de la mano un cigarrillo encendido.
El bajista no parece impresionado.
— ¿Hacerme daño? ¡Claro!, dice.
Con el cuchillo de carne, el músico se da un tremendo tajo en la palma de la mano y sigue comiendo. La sangre gotea sobre los huevos fritos.
Sid no deja una miga en el plato. Moja pan en la mezcla.
FIN
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