Es discutible que GG Allin pueda ser considerado algo más que un exhibicionista, pero sin duads es recordado por el movimiento Punk:
Desde su nombre bautismal, Jesus Christ Allin —el padre juraba que Dios le había visitado para anunciarle que el niño sería un nuevo mesías—, hasta la estupidez extrema que ejerció con pasión le convierten en una referencia obligada.
Violento —estuvo en la cárcel por intento de homicidio—, patán, fascistoide y de gustos singulares —se peleaba a trompadas sangrientas con sus fans, defecaba en los conciertos y se untaba con sus deposiciones, que también entregaba en comunión al público—, Allin fue llamado payaso, imbécil y también “el mayor degenerado de la historia del Rock”.
No dejó nada reseñable musicalmente, sus canciones eran meras ceremonias de griterío y pavoneo grotesco, pero fue el más Punk de todos en arrebatos y cochinadas.
Durante años anunció que se suicidaría en directo durante un concierto en la noche de Halloween, pero nunca tuvo las agallas para hacerlo.
El 27 de julio de 1993, tras una actuación en un garito de Manhattan en el que apenas cantó un par de canciones y compartió varias docenas de guantazos con el público antes de que se fuera la luz y llegara la policía, se largo de farra vestido con un taparrabos y cubierto de mierda —hay vídeos de su paseo por las calles neoyorquinas con una tropa de fans—.
Allin acabó en un apartamento donde esnifó mucha heroína y se quedó frito. Los asistentes a la fiesta se chotearon de la escasa resistencia del más killer de los Punks y se hicieron fotos al lado del cuerpo inerte. Varias horas después, cuando se hizo de día, alguien no demasiado colocado se dió cuenta de que el cantante era un cadáver.
Murió con los calzoncillos (sucios) puestos.
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