En una de sus tantas utopías, cuando tenía 40 años José Sbarra soñó que iba a morir a los 20. Y a despecho de las crónicas necrológicas que se empeñan en darlo por muerto desde 1996, víctima del sida a los 46 años, cada estiletazo de rebelión individual lo rejuvenece, lo devuelve a ese plano de la vida donde la evolución existencial guarda una extraña y perversa relación con el espíritu autodestructivo. Es en ese contexto donde se inscribe Marc, la sucia rata, el film que rodó Leonardo Calderón, basado en la novela homónima del escritor platense.
Después de dos intentos fallidos, que vieron naufragar sendos proyectos de llevar al cine el texto maldito de Sbarra, el emprendimiento independiente de buscará recrear el universo de Marc, un joven borderline que no hace más que reproducir a su modo los infiernos propios del escritor.
Diego Mackenzi, el actor que se mete en los huesos de Marc, elige una mirada autorreferencial a la hora de explicar su personaje: "Todos nosotros fuimos víctimas de las drogas, el sida y la policía. Para mí, hacer a Marc es como recordar mis '80. Cobré siempre con la cana, me tuve que ir del país, y casi todos mis amigos están muertos, por el sida, la represión policial o las drogas. La década del 80 también tuvo sus 'desaparecidos': Luca, Batato, Sbarra...".
Esa cercanía emocional con la marginalidad que Sbarra vivió, sufrió y retrató en su desgarrada obra literaria (que dejó convivir la sordidez de Plástico Cruel con el humor cínico y entrañable de Socorro, nadie me quiere, algo así como un libro de autoayuda infantil), lo ayuda a personificar a un lumpen talentoso, que vive al límite.
El argumento gira en torno de un joven que está escribiendo un guión para su película Los pro y los contra de hacer dedo. Adicto a las drogas, nihilista desesperanzado, Marc intenta suicidarse tirándose a las vías de un tren, pero un policía lo salva, originándose entre ellos una relación perversa cuando éste se convierte en rehén de aquél.
Quien hace de policía, llevado por el autor al paroxismo de lo despreciable, es el actor Daniel Ritto, esta vez del otro lado de la vereda, ya que sus anteriores trabajos lo habían visto personificar a outsiders como Luca Prodan (Luca Vive) y Charles Bukowski.
Con respecto a la obra original, el guión cinematográfico sumó la participación de un taxista renegado (interpretado por Geniol, otra leyenda del under, que solía subir a los escenarios donde estallaba Sumo) que le permite a Marc relatar su historia. Y un final sorpresivo, enmarcado de todos modos en el imaginario que supo construir Sbarra.
Su proceso de realización manifiesta y continúa de algún modo el ideario anarquista y romántico de Sbarra, quien navegó artísticamente por la escena under de los 80 al margen de los canales oficiales de difusión.
La película, según Calderón y Mackenzi, no apunta a ser apologética de las drogas y la autodestrucción, aunque reivindican el espíritu libertario de Marc (o de Sbarra, que es lo mismo), quien defiende su derecho al vacío.
"¿Por qué no puede uno suicidarse tranquilo?" es la pregunta que se hace.
Y ellos, que nunca hablaron con Sbarra, pero lo intuyen, pretenden llegar con su película "a Doña Rosa, aunque después queme el cine..." a pesar de reconocer que el escritor platense "no llegaba a manos de cualquiera".
El actor, de todos modos, sabe quiénes se identifican con la película:
"Cualquiera que se haya fumado un porro en el puente de Yatay (barrio de Almagro, uno de los lugares de filmación) se va a sentir en su casa viendo a la sucia rata".
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