Un viejo solitario descansa en una orilla, siente el viento en su pelo, la noche y la nieve que se acercan, desde la orilla en sombras mira la luz enfrente donde entre nube y lago la línea de la costa más lejana todavía refulge en la cálida luz: un allende dorado, feliz como la poesía, como el sueño.
La mirada sostiene con firmeza el cuadro iluminado, piensa en la patria y en los buenos años, ve cómo el oro palidece y se extingue, se aparta y lentamente camina tierra adentro desde la salceda.
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